ROCKOLA ROCKERA

Una nueva rockola había llegado al barrio Rímac, de Chosica.

Allá por los 70, los Cotera, una familia con gran talento para el canto, abrieron el bar "El Parral" que funcionaba en la esquina de la calle El Progreso, a unos cuantos metros del único colegio.

Entre sus clientes frecuentes estaban los adultos y jóvenes del barrio, además de los universitarios de la UNE La Cantuta.

En ese barrio chosicano, donde reinaba el trato fraterno y familiar, habían dos rockolas. Una en "El Parral" y otra en la tienda de "La Palomina" (de Saturnina Palomino). 

En la tienda de "La Palomina" se escuchaban canciones de Carmencita Lara, Picaflor de los Andes y otros tenas para gustos de los adultos, generalmente de procedencia provinciana. Era una tienda grande con un salón para beber licor, cuya puerta era como aquellas que se veían en las películas de vaqueros. Solo entraban personas mayores de 21 años.

En "El Parral", se escuchaban canciones de gustos muy variados.  Los lacrimogenos  boleros de Lucho Barrios y también de Carmencita Lara se intercalaban con "El Escape de la banda", "Mujer alta y fría vestida de negro", "Mrs. Robinson" y "Lider de la banda", entre otros temas de rock. También se escuchaban huaynos y la infaltable cumbia de Los Pakines, Los Destellos, Grupo Naranja y Los Beta 5. Y muchos más. Para los más románticos, estaban las baladas de Nino Bravo, Dani Dael, Juan Bau y otros de ese repertorio en castellano. 

En algunas ocasiones, cantaba en vivo Emilio Cotera, quien tenía una voz celestial para los boleros y su canto llegaba a  más gente porque ya empezaba a sonar en radio. Algunos de sus hermanos también cultivaron y desarrollaron ese talento. 

La rockola del Parral funcionaba desde la tarde hasta altas horas de la noche, de lunes a domingo. Algunos melómanos, incluido este cronista, solo entraban al bar para escuchar su canción preferida, no necesariamente a beber licor.

El autor de este texto aún era un puber, pero al llegar a la mayoría de edad (bajaron el límite a 18 años) sintió entrar a un reino privilegiado cuando tomó (públicamente) sus primeras cervezas en ese bar que olía a cigarro, cerveza y orina y cuyo piso era limpiado cada madrugada con keosene y aserrín. 

La rockola funcionaba con una moneda de un sol de oro, de esos tiempos. Y ese placer de escuchar la canción favorita se mezclaba con la adrenalina del primer fulbito de mano que habían instalado en El Parral.

La música que salia de ambas rockolas llegaba a varías casas. De esa forma, los niños, jóvenes y adultos que vivieron en ese pequeño pueblo, estaban siempre acompañados de buena música. 

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